
Cuando conocí el coaching ya tenía más de una década acompañando aprendizajes de otras personas, me había dedicado al desarrollo humano y ciertamente, creía saber mucho.
Mi conocimiento era principalmente teórico y desde ahí acompañaba procesos de cambio social.
Me generaba inquietud lo lentos que eran los procesos y el enorme esfuerzo y desgaste que me significaba que las personas incorporen esos “conocimientos” a sus vidas cotidianas, más que solamente a sus discursos.
No era conciente de que yo también estaba dentro de la ecuación; y que no era una simple espectadora de lo que sucedía.
Todo aquello que quería que ocurriera con las personas a quienes acompañaba, tampoco ocurría conmigo, pero en ese momento no llegaba a reconocerlo.
“Así como una semilla contiene un árbol,
el primer paso contiene mil caminos.”
Aldo Tonelli
Cuando descubrí el coaching ontológico ocurrió un cambio de dirección en mi vida
Antes mi foco estaba afuera, ahora era invitada a cambiar el sentido y verme a mí misma primero.
Siento que a partir de entonces mi vida empezó a ser más mía. Había descubierto el coaching
Nunca olvidaré cuando mi coach me hizo ver que aquella autonomía que yo defendía en el discurso, y podía sustentar teóricamente desde varios enfoques, no estaba presente en mi propia vida. Era un aprendizaje que no había integrado en todo mi ser.
¡Qué golpe cuando lo vi!
Lo racional no era suficiente. Había un lugar emocional que no sabía habitar, había un cuerpo que generaba apegos y no sabía soltar; un mundo de aprendizajes posibles se desplegó ante mí y era sólo el principio.
Como coaches, reconocer lo fundamental e imprescindible que es adquirir el hábito de mirarnos constantemente y hacernos cargo de nuestros aprendizajes, es lo que nos habilita para acompañar a otros seres humanos con integridad.
Durante mi formación en el coaching Ontológico Integral en Asersentido, descubrí esta danza simultánea e indivisible entre el proceso personal y el ejercicio de la técnica. Si realmente queremos servir con impecabilidad, ninguno puede ir sin el otro. La decisión de ser coach implica una promesa, la de mantener constante trabajo personal para poder acompañar a nuestros coachees. Ya que cada coachee, suele ser un gran maestro para mostrarnos las áreas de aprendizaje personal que aún necesitamos seguir explorando.
Me gusta creer que los seres humanos somos inacabables por dentro; contenemos el universo entero, y que toda la humanidad se concentra en nuestro interior.
Por ello, mirar adentro es una tarea que no tiene fin, es un estilo de vida que nos permite hacernos más responsables de quienes somos, aceptar nuestras partes más grotescas y también las más sublimes.
Comprender esto, resulta esperable que como coaches, seamos eternos exploradores de nosotros mismos, ya que es desde ese lugar precisamente, que podremos servir a las personas que generosamente nos permiten acompañar su proceso de transformación.
Es entonces que surge la pregunta de ¿Hasta cuándo necesito seguir preparándome para acompañar los aprendizajes de otro ser humano? Para mí esta es una paradoja, que tiene al menos dos respuestas. La primera es que “hasta siempre”, tener la disponibilidad de seguir trabajando en nosotros mismos es ejercer la disciplina con ética, responsabilidad y humildad.
El proceso personal y el ejercicio de la técnica son dos procesos indivisibles para nuestro ser coach, este camino de autodescubrimiento va de la mano con el camino de acompañar a nuestros coachees. Ellos son quienes nos mostraran la ruta de aprendizaje que necesitamos emprender. Es en los límites en la práctica, que reconoceremos aquello que necesitamos integrar en nuestro proceso personal.
De acuerdo con nuestra forma de ser, puede que nos inclinemos hacia alguna de estas polaridades
Creer que basta con lo que aprendí y no necesito seguir explorando en mi autoconocimiento. Es posible que la profundidad de nuestro acompañamiento sea pobre, tanto como pobre sea la desconexión con nosotros mismos. Los límites en el acompañamiento de nuestros coachees nos alcanzarán muy pronto. En este lugar, habitamos la arrogancia y la autosuficiencia.
Creer que siempre me falta aprender algo más antes de atreverme a acompañar a otros seres humanos: Desde este lugar, nos convertimos en eternos estudiantes, y no nos atrevemos a poner en práctica lo aprendido. Habitamos la insuficiencia y la escasez que no nos permite confiar y sostenernos en los aprendizajes ya instalados. Tampoco reconocemos el poder del coachee para co-construir con nosotros.
El equilibrio entre estos dos procesos, es lo que hace del coaching ontológico integral un arte, una danza con el movimiento de transformación que acaece y del cual, tenemos el honor de acompañar.
Y claro, como el ojo, no puede ver la pupila, como coaches también necesitamos ser acompañados en nuestros aprendizajes.
Ya sea por un coach, un mentor o mentora, o participar en espacios de formación continua para coaches que incluyan proceso personal y nuevas herramientas, son claves para mantenernos en movimiento. Mantenernos vivos y abiertos a desafiar nuestros puntos ciegos.
El instrumento de un coach es su cuerpo, sus emociones, su lenguaje, su presencia, es decir, la conexión con su completa humanidad. Y es esa conexión, la que necesitamos nutrir con dedicación. Es esa la promesa que sostenemos, cuando elegimos servir desde el coaching.