Si he aprendido una cosa en mi vida, es que las personas no están rotas y no necesitan ser reparadas y, de hecho, cuanto más trato de arreglarlas, más se resistirán a cambiar (y a mí)
A lo largo de mi vida, he escuchado muchos fragmentos de sabiduría de ‘frases para el bronce’. Por ejemplo, “la clave de la felicidad es amar lo que haces”. O, “al final del día, puedes resistirte a la vida o rendirte y vivir la vida como esta se presenta”. Este tipo de tips son generalmente acertados y ciertamente son válidos en una lista de máximas y aforismos para vivir. “Todo lo que realmente necesito saber es lo que aprendí en el jardín de infancia” por Robert Fulghum, es un gran ejemplo de este género. Mi favorito (y el que personalmente he encontrado el más útil) es el que escuché por primera vez en la década de 1970: La elección final que siempre tenemos como seres humanos, es definir si nos quedamos “en el efecto” de nuestras circunstancias o si queremos ser parte de ” la causa” de ellas, siendo parte de cómo se desarrolla nuestra vida.
Con los años, he vivido a partir de este fundamento. Hoy lo diría de manera un poco diferente: tengo la opción de decidir si mi experiencia y mi comportamiento son una “reacción” a lo que está sucediendo o si actúo como una expresión de mi visión y mis compromisos en este momento. ¿Soy el actor o el ‘re-actor’? Incluso ser conscientes de que tenemos la opción de actuar o reaccionar me parece ser la base para la maestría de cualquier situación.
En mi trabajo, defino tres relaciones como las que constituyen nuestras vidas y nuestra experiencia de vida. Estos son: 1) nuestra relación con nosotros mismos y otras personas, 2) nuestra relación con nuestras circunstancias, y 3) nuestra relación con el tiempo. Aprendí que cuando las cosas no van bien en mi vida (o cuando me detienen o me frustran pues no tengo los resultados que quiero), tanto el problema como la solución están en una de estas tres áreas.
Por ejemplo, cuando tengo problemas en una relación con alguien, casi siempre tengo la opinión de que alguien (yo o la otra persona) está equivocado y necesito decir o hacer algo para corregirlo. Estoy “en el efecto” de todo lo que percibo que está mal y hago todo lo posible para solucionarlo. Si he aprendido una cosa en mi vida, es que las personas no están rotas y no necesitan ser reparadas y, de hecho, cuanto más trato de arreglarlas, más se resistirán (o yo). Como dice el dicho, “a lo que te resistes, persiste”.
De la misma manera, cuando puedo aceptar a las personas tal como son, simplemente amarlas tal como son sin la necesidad de cambiarlas, más abiertas están para escuchar mi punto de vista o ver lo que estoy tratando de hacerles ver. Si lo que veo es relevante y útil para ellos, tienen una opción y pueden, a menudo, aprender o cambiar algo.
Me parece que este tipo de aceptación, combinada con el compromiso de ofrecer algo de valor, mientras que dar a los demás una opción, es la esencia de la maestría de conectar con otros. Mientras dejo de ser “la consecuencia” de mí mismo, de los otros, de mis circunstancias o mi tiempo, tengo dominio sobre mi “forma de ser en el mundo”, que es la base para expresarme en cualquier área de la vida que sea de interés y importante para mí. También es cierto que necesito algo de talento y competencia. Pero sin el dominio de mi “SER”, mi forma de estar en el mundo, todo el talento, la habilidad y el éxito en el mundo no conducirán a la satisfacción y al dominio para cambiar y contribuir a las vidas de los demás.
© Jim Selman, Líder de pensamiento en el campo de la transformación y el liderazgo. Coach ontológico, presidente de la Academia Mundial de Negocios